Andy, hijo del presidente López Obrador, vuelve al centro del debate público, esta vez no por sus acciones políticas, sino por un berrinche mediático: su molestia con que lo llamen “Andy” y no por su nombre completo.
En el podcast oficialista La Moreniza, López Beltrán afirmó que usar el apodo “Andy” era una forma de “quitarle” el legado de su padre. Según sus propias palabras:
“Mi más grande orgullo es llamarme como el mejor presidente que ha tenido este país, el llamarme ´Andy´ es demeritar eso, es quitarme ese nombre, ese legado”.
Pero lo que parecería un reclamo simbólico tiene, al parecer, una motivación muy concreta: su futuro político. Porque, casualmente, la indignación por su apodo surge justo cuando su nombre comienza a sonar rumbo a las elecciones presidenciales del 2030.
Y es que, de acuerdo con Joaquín López-Dóriga, el verdadero objetivo detrás de esta campaña de “dignificación del nombre” es posicionarse electoralmente con una estrategia tan evidente como oportunista:
“Vota por Andrés Manuel”.
Un intento de heredar no solo el nombre, sino el poder.
Aunque él asegura que “siempre le han dicho Andy”, parece que solo ahora –cuando se vislumbra una posible candidatura– le incomoda. Porque desde su llegada a la Secretaría de Organización de Morena en septiembre de 2024, su perfil ha sido impulsado desde dentro del partido, con voces como la de Félix Salgado Macedonio sugiriendo abiertamente que sería una “buena idea” para 2030.
No es casualidad. Ya en 2022, Carlos Loret de Mola mencionaba que el propio AMLO habría dejado por escrito, en su “testamento político”, la intención de que su hijo lo sucediera en la silla presidencial.
Una ambición que no se disimula:
“Lo anhela el presidente, lo quiere el hijo, lo aceptan sus hermanos, lo saben sus cercanos… y prácticamente todos en el entorno de AMLO lo tienen asumido”.
En un país donde tanto se habla de meritocracia, parece que algunos apellidos siguen pesando más que cualquier carrera política.