La política mexicana tiene una puntería quirúrgica para cobrar la soberbia. Esta vez, el golpe alcanzó a Adán Augusto López Hernández y a su protegida más leal, la senadora Andrea Chávez. Ambos, convencidos de su inmunidad, se rieron del poder que los había hecho posibles. Ahora, caen juntos.
Durante años, Adán Augusto creyó ser el heredero natural del lopezobradorismo. Jugó a ser el hermano político del presidente, el operador discreto detrás del trono, el hombre que conocía todos los secretos. Pero el poder, cuando se toma demasiado en serio, suele morder la mano que lo alimenta. Las grabaciones que circularon en las últimas semanas —más de ocho horas de conversaciones bajo la lupa de los sistemas de inteligencia del propio gobierno— lo exhiben como lo que siempre fue: un político arrogante, torpe y ciego ante el cambio de vientos.
En una de esas conversaciones, el exsecretario de Gobernación y la senadora Chávez se refieren a la presidenta Claudia Sheinbaum de manera burlona, haciendo comentarios sobre su físico. Un error monumental. No por el chisme, sino por lo que representa: el desprecio a la autoridad de una mujer que hoy concentra el poder absoluto del país. En la política mexicana, reírse de quien manda equivale a firmar la renuncia.
Andrea Chávez fue la voz y la sombra de Adán. Subió como la espuma, al ritmo de los halagos, los reflectores y los impulsos de su mentor. Creyó que la lealtad a López Hernández era garantía de inmunidad, que su apellido político la blindaba del desgaste. No entendió que el poder tiene memoria, y que la memoria del poder es implacable. Hoy, su carrera política se desvanece con la misma velocidad con la que fue inflada.
Adán Augusto, por su parte, enfrenta el peor de los destinos para un político que se creía indispensable: la irrelevancia. En un país donde los castigos rara vez son públicos, su caída es la más silenciosa de las condenas. Tal vez lo destinen a un cargo diplomático, una embajada decorativa donde pueda expiar su pecado más grave: creer que el poder era suyo y no prestado.
En este episodio, la ironía es total. El hombre que alguna vez se presentó como el heredero natural de la Cuarta Transformación termina reducido a nota de escándalo, y su discípula, que soñaba con gobernar Chihuahua, a una anécdota política. Ambos son ahora el recordatorio vivo de que la lealtad al poder no admite sarcasmo ni ligereza.
La política, dicen los viejos, es una escuela que nunca deja de pasar la factura. A Adán y Andrea les dio mucho en poco tiempo: fama, fuero, y una sensación de invulnerabilidad que confundieron con destino. Hoy, esa misma política les devuelve el golpe con la precisión del reloj.
Porque en este país, el poder no se pierde. Simplemente te suelta.

