Las recientes declaraciones de la columnista Sabina Berman confirman lo que desde hace tiempo se sospechaba: su simpatía por los regímenes autoritarios y su desprecio absoluto por la libertad de expresión. Esta vez, la autoproclamada “intelectual orgánica” de la 4T se lanzó de lleno a pedir que en México se pongan límites a la libertad de publicar, una propuesta que huele a censura y que la coloca peligrosamente en la misma línea que los regímenes totalitarios del siglo XX.
En entrevistas y publicaciones, Berman ha insistido en que la sociedad debe establecer reglas y sanciones contra la prensa que “mienta”, una visión que remite al manual de control ideológico de dictaduras comunistas y fascistas. No es la primera vez: hace apenas unas semanas, ella misma elogió el modelo del Partido Comunista Chino, alabando el control del Estado sobre la economía y los medios de comunicación.
La columnista, que ahora se victimiza al alegar que no podemos distinguir la verdad de la mentira, sostiene que vivimos en una época donde los periodistas fabrican noticias con ligereza. Su “solución”: censura disfrazada de regulación. En sus propias palabras: “tenemos que pensar todos en conjunto en límites para la libertad de expresión”.
El colmo es que Berman se atreva a pontificar sobre la ética periodística cuando en sus textos recurre a “testimonios anónimos” de jardineros, empleadas domésticas, empresarios y ciudadanos, todos casualmente alineados con el discurso de la 4T, sin presentar jamás evidencia alguna de que esos dichos existan.
Su fanatismo llega a tal grado que, en su afán de proteger a Beatriz Gutiérrez Müller de las críticas sobre su supuesto cambio de residencia a Madrid, no solo minimiza las amenazas de denuncia contra periodistas, sino que exige un nuevo pacto social para controlar lo que se publica. Dicho de otro modo: para Sabina Berman, la mentira es tolerable siempre que favorezca a Morena; lo intolerable es la crítica.
En sus tuits más recientes, la escritora incluso calificó al periodismo como un estorbo para la democracia, acusándolo de haberse convertido en una guerra de élites. Con estas declaraciones, Berman no solo desacredita a la prensa crítica, sino que valida la narrativa autoritaria que busca acallar voces incómodas bajo el pretexto de “proteger la verdad”.
La conclusión es clara: con su llamado a limitar la libertad de expresión, Sabina Berman se desenmascara como una propagandista autoritaria. Su propuesta no es nueva: es la misma receta de la censura nazi y comunista, disfrazada de preocupación por la verdad. Y en un país donde la democracia ya tambalea, su discurso no es inocuo: es un peligroso paso hacia el control absoluto de la información por parte del poder.