En Michoacán, el fútbol ya no es pasión ni espectáculo. Es una farsa. Un negocio turbio sostenido con dinero público y liderado por un personaje con historial de escándalos: José Luis Higuera.
Este empresario, cuyo paso por Chivas terminó entre acusaciones de fraude, hoy controla al Atlético Morelia gracias a alianzas políticas, maniobras oscuras y una impunidad escandalosa.
De defraudador en Chivas a dueño del balón en Michoacán
No es un secreto: Higuera salió por la puerta trasera del Club Guadalajara tras fuertes señalamientos. El propio Amaury Vergara lo acusó de apropiarse de hasta 50 millones de pesos, según reportó ESPN. ¿La respuesta de Higuera? Silencio. ¿Las consecuencias? Ninguna.
Medios como TUDN y Dallas News han documentado denuncias en su contra por fraude financiero, acoso laboral y conductas impropias. ¿Por qué sigue en el fútbol? Porque en México, el cinismo paga.
Atlético Morelia: una franquicia construida sobre mentiras
Cuando Monarcas emigró a Mazatlán en 2020, Morelia quedó huérfana de fútbol. Fue entonces cuando Silvano Aureoles le abrió las puertas a Higuera, quien importó un equipo desde Zacatepec con el pretexto de “revivir la tradición”.
Parte del trato implicaba incluir a inversionistas michoacanos. Pero Higuera jamás cumplió. Les cerró el paso a la propiedad accionaria alegando falsamente que “no cumplían con los requisitos”. ¿La verdad? Nunca inició el trámite. Todo fue un engaño.
A varios, como Gabriel Villaseñor Zurita o Raymundo López, les devolvió el dinero con recursos del propio club, no de su bolsillo. Es decir, usó el dinero de todos para pagar promesas rotas. Un fraude en cámara lenta.
Millones del erario para un club privado
Este no es solo un caso de traición empresarial. Es un abuso directo al presupuesto público.
Desde 2020 hasta hoy, el gobierno de Michoacán ha inyectado entre 15 y 20 millones de pesos anuales al club, de forma discrecional. Sueldos, mejoras, efectivo. Todo fuera de normas de transparencia.
Y lo más grave: la ley prohíbe financiar con recursos públicos a equipos deportivos con fines lucrativos. Pero en Michoacán, la ley es papel mojado.
Un operador sin ética, respaldado por el poder
José Luis Higuera no es un empresario exitoso. Es un operador oportunista. Se ha enriquecido engañando a aliados, burlando leyes y manipulando símbolos como el fútbol para beneficio personal.
Lo que ocurre con el Atlético Morelia no es gestión deportiva. Es corrupción institucionalizada, amparada por un gobierno estatal que calla, consiente y protege.
¿Hasta cuándo la impunidad?
Mientras tanto, Higuera sigue operando como si nada. Controla un club financiado por los michoacanos. No rinde cuentas. No enfrenta justicia. Y no hay autoridad —ni deportiva ni gubernamental— que se atreva a ponerle un alto.
Michoacán no merece este teatro.